El cuerpo es consciente y responde al flujo energético que produce la risa, el llanto o incluso el grito. Las emociones son uno de los mecanismos de alerta más fiables que se tienen, porque indican cuándo una situación requiere de mayor atención y cuándo se puede actuar sobre ella. Sin embargo, no siempre las personas se detienen a escuchar la alerta… Y se dejan invadir por ella.
“Una emoción difícil es una emoción, como cualquier otra», sentencia Antonio Gallego, experto en Mindfulness. «El calificativo de difícil viene de nuestra falta de “práctica” a la hora de saber cómo entenderlas y gestionarlas. El haber desplazado el mundo emocional en nuestro estilo de vida actual nos ha privado de tener una buena relación con nuestras emociones. Especialmente cuando lo que prima es la imagen Superman o Superwoman. Y frases como estoy bien, puedo con todo, sonrío aunque esté roto por dentro, llorar es malo, el miedo es de cobardes».
De acuerdo con el experto, esa imagen “antinatural” puede dejar sin recursos a las personas cuando surgen las emociones que no encajan con dicha actitud. Entonces, desde el desconocimiento, se intenta ocultarlas. “En algún momento de tanto contenerlas, se rompe el dique y salen con más fuerza. Nos preocupamos más en esconderlas y entramos en un círculo vicioso de emoción y falta de recursos para gestionarla que va creciendo. Eso nos causa un gran malestar y agotamiento físico y mental».
«Desde la incomodidad, etiquetamos las emociones como difíciles. Pese a que el problema no tanto es la emoción sino nuestra respuesta ante ella”.
Las emociones (más) difíciles
“Siempre va a depender de qué recursos se tienen interiorizados para cada emoción», continúa Gallego, quien colaboradora con la app de meditación Petit BamBou. «Las que podrían ser más meritorias de la etiqueta “difícil” son aquellas que no permiten avanzar en la vida. Las que dificultan tomar decisiones necesarias. Con las que se reacciona de forma que se puede afectar a quienes nos rodean. Y las que tienen más facilidad para instalarse en nosotros si no hacemos nada por regularlas».
El universo emocional es amplio pero las emociones catalogadas como «más difíciles» son:
– Miedo. Salvo personas entrenadas para actuar “pese al miedo” (no “sin miedo”), para la mayoría el miedo es una emoción altamente paralizante. Además de la sensación de bloqueo, puede también llevar a las personas a huir. A evitar aquello a lo que le temen, haciendo que nunca sean capaces de afrontar esa situación. Con la sensación de estar bloqueados se ven sin la capacidad de avanzar, sin tener el control de su vida y ello causará gran malestar.
– Ira. Es explosiva, y como cualquier explosión tiene un radio de afección que no solamente daña a la persona que experimenta la emoción. También puede afectar a aquellas personas que la rodean y que son importantes en su entorno. La ira tiene la dificultad de que contenerla es perjudicial, pero sacarla también lo puede ser si no se hace de la forma correcta. Hay maneras de mitigar la ira sin que sea destructiva hacia uno mismo y los demás.
– Culpa. A veces se deja la propia mirada en una acción del pasado en cuyas consecuencias se recrean una y otra vez, como si eso fuera a cambiar lo sucedido. Lo adaptativo en ese caso es reconocer e integrar un aprendizaje y seguir adelante. También la culpa puede surgir por un sentimiento de excesiva responsabilidad en el cumplimiento de las expectativas de los demás, anteponiéndolas muchas veces a las acciones que verdaderamente se necesitan para encontrar el bienestar en uno mismo.
– Ansiedad. En la ansiedad se suelen entrelazar varias emociones como el miedo, la incertidumbre, la culpa, la tristeza… Junto al deseo de evitar que llegue semejante cóctel de sensaciones. Pero cuanto más se lucha por evitarlo, más crece en el interior de las personas, pues se intenta contener algo que está empujando por salir y expresarse. Una ansiedad mantenida y mal regulada puede ocasionar graves daños en el sistema inmunológico, dando pie a padecer más enfermedades.
Aceptación y coraje
El primer paso es “no rechazar la emoción” y contextualizarla, para así “mejorar nuestro diálogo interior” y no generalizar las emociones. Además, según el experto, habiendo conseguido eso, el mejor remedio es hablar de ellas abiertamente, bien hacia los demás o bien a través de la escritura.
“Hablar sobre nuestras emociones nos aportará cierta sensación de libertad. Porque ya no sentiremos la obligación de tener que ocultar aquello que sentimos”.
“Nuestras relaciones sociales se construyen a base de emociones y nuestro bienestar depende de lo bien que sepamos relacionarnos. Tanto con nosotros mismos como con los demás. Y también al revés. Por ejemplo, los casos de bullying parten de una mala gestión emocional, al igual que la impulsividad y las adicciones. Las emociones juegan un papel primordial en la toma de decisiones pese a que la razón se lleve el mérito”, dice Antonio Gallego.
Aprender de las emociones
Afrontar y regular esas “emociones difíciles” es posible y el mindfulness puede ayudar (mucho). Porque con él, se aprende a observar el lado emocional, identificar la emoción, permanecer en ella con calma, y dejarla ir cuando se haya atendido con el cuidado que requiera. Pero para que funcione, se ha de entrenar la atención.
Por eso, ha de ser un ejercicio diario. “Además, se puede decidir si actuar de forma dinámica o estática. Es decir, quizá se necesite actividad física ante la ansiedad o la ira o sentarse con la culpa o el miedo”, explica. Y sugiere algunos tips para aprender de las emociones y a relacionarse mejor con el propio universo emocional:
– Busca un lugar cómodo para sentarse o acostarse.
– Realiza inspiraciones y exhalaciones abdominales con los ojos cerrados, pero dejando que la respiración sea natural.
– Lleva la atención a las partes del cuerpo que se han activado con la emoción que se está sintiendo.
– Identifica las características de los pensamientos: tono, velocidad, expectativas. Observa si todo eso que se está pensando corresponde con la realidad. Reconoce la emoción que está habitando en el interior. Expresa esa emoción: “Ahora me siento… porque…”. Permítete vivir esa emoción, sin huir de ella y sin “etiquetar” en base a la emoción.
– Según se vaya dejando espacio a la emoción, con cada exhalación desactiva (alivia) las partes del cuerpo que se notaban como activas por la emoción.
– Da las gracias a la emoción por haber aparecido, traído su mensaje y déjala ir para seguir adelante.
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