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No dejemos morir a Celia

Celia es la historia del suplicio de los enfermos mentales en Venezuela. Soy Mónica Gallo. Soy periodista egresada de la ULA en 1997 y paciente psiquiátrico hace más de 10 años. Aunque creo que he sufrido ansiedad y ataques depresivos desde niña, cuando no sabía identificar esa sensación que atenaza el estómago y no deja dormir.

Palabras para entender el contexto

Todo mi problema de ansiedad, depresión e insomnio se destapó cuando comencé a trabajar en un organismo del Estado venezolano siendo abiertamente contraria al chavismo. Aunque había trabajado 11 años en otras instituciones públicas y jamás me sentí amenazada como profesional universitaria porque mis cargos no eran de jefe, ni respondían a cuestiones políticas.

Sí, pese a que resulte difícil creer para las nuevas generaciones, hubo una vez en la cual se entraba a trabajar a la administración pública por concurso y no por palanca. No voy a negar que en la “cuarta” no hubiera enchufados, pero no fue mi caso.

Nunca me obligaron a ir a reuniones, marchas, repartir panfletos y ninguna de esas acciones que considero humillantes porque creo que la gente debe militar políticamente donde le salga del forro voluntariamente y no como un chantaje para no perder el trabajo.

Pero, eso cambió en 2010 (yo era empleada pública desde 1998), cuando el chavismo recrudeció. Ni hablar de cuando se puso aún peor y se transformó en madurismo. El jefe del organismo donde yo trabajaba era (y aún hoy es, llegó en 2017 y sigue ahí) poco más que un saco de órganos con un cerebro sin usar, mucho resentimiento hacia los que (a diferencia de él) estudiamos en la universidad e hicimos posgrados y manejamos más de un idioma y más de 600 palabras en castellano.

Para que se hagan una idea de cuan ignorante y corrupto es, una vez afirmó que la Revolución Francesa y la Revolución Rusa ocurrieron en el siglo XIX (léase 19, DIECINUEVE). Además, en lugar de pedir material de oficina al Estado, quería (y de hecho lo hizo) martillar o solicitar a los usuarios resmas de papel, bolígrafos, tóner y lo demás a cambio de un servicio que debía ser gratis.

Yo seré pobre, pero honrada como dice el dicho así que me negué. Más vale que no porque ahí comenzó el calvario. Era 2017 y los sueldos públicos comenzaron a irse a la mierda. No alcanzaba para pagar el pasaje de ir a trabajar.

Se le propuso al idiota un plan de guardias para que cada persona de la oficina fuera una o dos veces a la semana. Literalmente, si se pagaba pasaje 5 días, muchos trabajadores debían poner de su bolsillo porque el sueldo no alcanzaba.

Él se negó, me prohibió la entrada a la institución y me levantó un expediente ilegal botándome tres meses antes de que me saliera la jubilación. Sí, sí, es ilegal, pero eso es justamente una dictadura.  Me quedé sin ingresos y con el mal sabor de que un imbécil corrupto, pero rodilla en tierra me dejara sin dinero, derecho a la jubilación, violara  todas las leyes laborales y, lo que es peor, nadie pudo hacer nada.

Obviamente, mi cuadro de estrés y ansiedad aumentó, el insomnio recrudeció y, como decimos los venezolanos, me volví mierda. Mis neurotransmisores hicieron cortocircuito y no podía pagar la consulta psiquiátrica que antes podía costear sin problemas.

El camino al psiquiátrico

Una internista pana me receto ansiolíticos, vino la pandemia y bueno… llegamos a 2021, cuando hice crisis de pánico y una muy buena amiga psicóloga que se llama Noris me dijo que los residentes de psiquiatría de la Universidad de Carabobo pasaban consulta gratis en el Hospital Psiquiátrico de Bárbula en Naguanagua. Una de las tres consultas en esta especialidad médica que hay en todo el estado.

Las otras dos son en el Hospital Carabobo y en el CESAME (Centro de Salud Mental Carabobo). Hay que entender que para todo, léase todo el estado solo hay tres médicos que atienden simultáneamente a la población que los requiere.

Celia la gatita que tanto ayuda a los pacientes.

¿El resultado? 20 pacientes diarios en promedio. Pero, yo hablaré de Bárbula que es donde me ven. La primera vez que fui fue aterrador. Edificios construidos hace mil años sin pintura, llenos de telaraña y polvo. No hay ni una computadora, los registros se llevan a mano en papel reciclado (al igual que los récipes, informes e indicaciones.

Si yo creía que tenía ansiedad y depresión, ver a los pacientes a mi lado, me hizo entender que mi problema es minúsculo. Chamos de 20 años esquizofrénicos con la madre angustiada. Algunos agresivos, otros impávidos, pero todos de muy escasos recursos económicos que ruegan porque la farmacia le dé todo el tratamiento.

El suplicio  mes a mes de que las medicinas para patologías mentales promedien más de 16 dólares cada caja de pastillas y… en ocasiones se requiere hasta 4 medicamentos… Una media de entre 30 y 70 dólares mensuales que la inmensa mayoría no tiene para pagar.

Ese día agobiada y sobrecogida conocí a Celia. Una gatica negra hermosa y cariñosa que vive ahí en el psiquiátrico. Yo estaba tan acojonada que acariciar su pelambre suave me dio paz.

Ya de eso hace 8 meses. Voy a consulta con un pana que conocí ahí mismo y me da la cola porque el consultorio queda lejos, a eso se le debe sumar la gasolina, el Covid, el efectivo… como verán no es fácil llegar. Le llevo gatarina a Celia y torta de naranja al personal.

Jamás vi a gente tan dedicada. Médicos, enfermeros, porteros, todos están ahí por sueldos inferiores a 20 dólares al mes y lidian con personas perturbadas a quienes vivir en Venezuela, y lo que eso implica, engrosa sus angustias y patologías.

Este personal se esfuerza día a día por ofrecer terapias para que los pacientes recomiencen sus vidas y ha dado resultado en muchos casos. Yo soy uno de ellos. Pero, otros requieren un sistema de soporte que el Estado no proporciona.

Los problemas

Sentarse afuera, en la puerta del edificio y en unos bancos de cemento (o en el suelo) porque el hospital carece sala de espera es escuchar a la otra Venezuela. Esa que el tipo de la empresa esa de datos parece no conocer porque dice que la inflación y la devaluación “no es del todo mala”.

La madre angustiada que llora porque su hijo está en tan mal estado que no sabe qué será de él cuando ella muera. El padre sollozando que pide un tercer informe porque Casa Presidencial (que le prometió el costosísimo tratamiento de su hijo) ha botado los dos anteriores y a todas estas el chamo lleva cuatro meses encerrado en un cuarto sin medicación.

La mujer joven que se quiere suicidar y le pide a la doctora que la ayude porque no tiene  plata para pagar el electroencefalograma y las medicinas y no entiende que la psiquiatra no puede hacer nada porque ella misma está tratando de sobrevivir a esta vorágine.

Celia observa y yo la veo a ella. Cuando le cae bien alguien (soy de las afortunadas) se acerca y se enrolla en los pies. Cuando alguien muy perturbado aparece se esconde sobre el árbol o en la oficina y ve asustada el drama.

Ella es mi amiga. Le llevo comida y se sienta en mis piernas y ronronea. Celia vive en el psiquiátrico y su personal la trata con amor. Pero, el sábado 10 de diciembre, la gatica se asustó. Los empleados veían en las redes sociales como el dólar rebasaba los 18 bolívares y sus sueldos de 12, 15 y 20$ se volvían miseria.

Muchos piensan en renunciar si no les aumentan porque no les alcanzará para el pasaje. Mientras “la vice” se va Qatar a ver el mundial, el Psiquiátrico de Bárbula enfrenta un futuro negro de cierre técnico.  Celia se inquieta, ¿quién la va a alimentar y cuidar si sus dueños renuncian?

¿Y yo? ¿Y los cientos de yo? ¿Qué pasará con quienes no podemos pagar 30, 40, 50 u 80 dólares por una consulta? A todas estas, el Anfiteatro de Bárbula recibió miles de dólares  en remodelación de la Gobernación y su vampiro. Piensan hacer conciertos y otros espectáculos ahí, mientras justito cruzando la calle el hospital colapsa.

Increíble que a un Estado le importe tan poco su personal que llene los centros de salud de afiches del súper bigote ridículo, mientras pacientes mueren de mengua siendo víctimas de sus propios tormentos para los cuales no pueden pagar medicación.

Celia sufre y yo también. ¿Será que alguien me lee y no dejamos morir a Celia?

Para envíos de información escríbanos a: redaccion@mujerdelsur.com

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