La cocina de origen de Amaranto Café parte de una búsqueda curiosa y audaz de la cocinera María Isabel Eitel Villar. Su emprendimiento localizado en Curarrehue convoca a una amplia comunidad. Desde productores de la zona -recolectores, pescadores, cazadores- hasta expertos en gastronomía, pasando por habitantes del pueblo, turistas e, incluso, una larga lista de fieles amarantolovers.
“Esto es circo pobre, yo soy la garzona, la cocinera, todo. Ahora estoy trabajando sola con una chica medio tiempo, para después volver a ponernos de pie”, dice en franco resumen. Acostumbrada al hablar honesto y sin miedos, María Isabel Eitel Villar -la Chiqui- intuye y prevé que en los malos tiempos se prueba el temple. Su proyecto gastronómico Amaranto Café es más que un lugar acogedor con una carta abocada a la cocina de origen. Representa el ciclo de la renovación y renacimiento, como lo vuelve a demostrar ahora, en pandemia.
“¿Inicialmente qué hice? Deprimirme mucho, llorar por dos meses, desesperada”, explica. Su local abrió hace 7 años en Curarrehue, un pueblo fronterizo de La Araucanía Andina con siete mil habitantes. Allí es habitual que la gente viaje al norte a trabajar y deje a sus hijos con los abuelos. Tras la pandemia muchas personas regresaron, sin trabajo y desalentadas. María Isabel no estuvo ajena a esta situación y tampoco se cruzó de manos.
“A finales de mayo iniciamos una olla común y repartimos almuerzos dos veces a la semana, durante cinco meses. Con los mismos clientes de Amaranto y con los comerciantes de acá conseguíamos los recursos”. En paralelo, María Isabel trabajaba en la reinvención de Amaranto Café. Primero con la figura de delivery local y ahora con la apuesta de enviar a Santiago los platos de su carta sellados al vacío. “Transformé en bodega el segundo piso del restaurante y con el 10% de la AFP invertí en hornos nuevos y en selladoras”, dice.
La acción siempre es la sazón
Conversadora intensa y locuaz, con una vitalidad contagiosa, la chef se autodefine como una típica mujer hiperactiva, que de niña saltaba por encima de sus compañeros y cuyo comportamiento daba de qué hablar. “Esa energía la he tenido siempre, es una característica de mi personalidad: yo soy agotadora”. También se agota por supuesto, más anímicamente, como cuando se quemó Amaranto Café en 2015. “Lo perdimos todo. Fue dos días antes de que hiciera erupción el volcán Villarrica. El restaurant se quemó completo y tuvimos que comenzar de cero”, rememora. Un año después abrió nuevamente su local, en la misma antigua casa patrimonial de la calle principal de Curarrehue. Pero esta vez con un menú completamente renovado.
“Tardamos un año en reconstruirlo, pero como dicen «las crisis traen oportunidades». En ese periodo de calma me dediqué a estudiar el patrimonio alimentario y a revisar recetas del sur de Chile. Me propuse sistematizarlo todo. En 2016 cuando reabrimos Amaranto Café incorporé tímidamente platos con estos conocimientos y hubo una buena respuesta del público. Ahí dije «¡Ya! Ahora me largo». Yo digo que organicé una red de recolectores, pero no es nada formal, es una cosa que a esta altura ya es de amistad y confianza mutua. Por ejemplo, me invitan todos los años al Guillatún. Para mí es un honor porque es un evento súper cerrado, me siento agradecida de eso”.
No solo dirigió su atención hacia recetas y preparaciones que se convertirían en sello de su cocina. Platos distintivos que cambian cada mes en la carta, como quiche de brotes de coligue, conejo al romero, risotto de hongos nativos, jabalí en salsa de rosa mosqueta jengibre, caballo con mote, civet de ciervo o ravioles de cordero. También convoca y motiva a los recolectores. En 2018 organizó para ellos un seminario de hongos con la presidenta de la Fundación Fungi, Giuliana Furci. “Fue un encuentro entre el mundo científico y el conocimiento ancestral”, recuerda con satisfacción.
Amaranto Café: destino y hogar
Conocer la cocina de origen de La Araucanía fue un encuentro paulatino para María Isabel Eitel Villar. “Yo no soy cocinera de profesión, soy profesora de educación física. Y todo lo que he hecho en cocina, ha sido investigando. Cuando llegué a Curarrehue empecé a conocer a la gente y los productos. Si alguien me decía: «Señora Chiqui, ¿compra brotes de coligue?» Yo compraba, aunque no sabía lo que era, pero lo investigaba. Así fue los dos primeros años, compraba para aprender”, rememora antes de compartir un poco sobre su vida personal.
“Llegué de Santiago hace 11 años. Trabajaba en ventas y me permitieron continuar desde aquí por internet, lo que era inusual en esa época. Después de un año decidí renunciar, porque estaba un rato conectada al computador y otro con las manos en la tierra, en el huerto. Negocié el finiquito y con esa plata, que era nada, arrendé esta casa para poner un café. Yo había jurado no tener nunca un restaurante porque mi madre, que murió a los 53 años de un cáncer al pulmón, tuvo uno y siempre asocié que ella trabajaba mucho. Yo pensaba que la gente que tiene restaurante no tiene vida familiar”, dice.
Y, precisamente, María Isabel había llegado a Curarrehue para construir un proyecto familiar. “Hace más de 20 años me separé y en 2011 me reencontré con un amigo de la infancia. Cuento corto que es mi pareja actual. Él es profesor de música y trabajaba acá así que teníamos la alternativa de que se fuera a Santiago o yo me viniera. Me vine con mi hija menor y acá estoy feliz. La vida en provincia es harto mejor y más por mi naturaleza. Yo me crie en Puerto Montt, en una casa del sur, con mis abuelas que eran sureñas. Mi mamá era de Osorno de familia española, y mi papá de Valdivia, descendiente de alemanes. Tengo tres hijos y una nieta”.
La magia de compartir
Amaranto Café nació con el eslogan “La magia de compartir”, una filosofía a la que apuesta continuamente su fundadora. “En casa aprendí que el amor se demostraba a través de la comida. Yo vengo de comidas alemanas y españolas, de gente que es tan cariñosa, de abrazos, besos, gente dura que fue migrante pero su comida era como un espacio especial. Tu entrabas a la cocina de mi mamá o mis abuelas y sentías el olor de la galleta, el estofado español de conejo y todo”.
De allí le viene el derroche de gentileza, don de conversación y deseo de compartir que le lleva a crear vínculos con los comensales. “Me apasiona lo que hago. Me canso porque tengo fibromialgia y hay días que tengo que luchar por levantarme, pero me gusta transmitir lo que amo. Cuando voy a hablar a una mesa, es primero por un tema de protocolo, y segundo porque me gusta. Creo que la pandemia me está haciendo bien en el sentido que me ha hecho reencantarme y tomar definiciones en relaciona a qué quiero. Yo quiero que sea el Amaranto que nación con la magia del compartir”.
Por eso las decisiones que ha tomado. “En verano, cuando la cosa se comience a normalizar, voy a trabajar solamente con reserva hasta que marche más. Estoy arreglando la terraza para quede bien bonita porque la voy a atender todo el verano. Quiero tener la instancia de disfrutar lo que hago, eso para mí es importante. Y también que el turista se lleve una buena imagen del lugar”, proyecta.
Hoy en día el local de Amaranto Café está cerrado, pero no su cocina ni el compromiso de su dueña. “Tengo un grupo de whatsapp de mis clientes y les ofrezco dos o tres platos los fines de semana. Así hago un mínimo para pagar el arriendo y los servicios. Creo que esta es una época no para ganar plata, sino para sobrevivir. A través del Instagram me pueden encargar platos si vienen a Curarrehue, yo les mando la carta”, dice. Y siguen los desafíos: “Voy a empezar a hacer pastrami y costilla asada de ciervo para mandar a Santiago. Estoy viendo qué productos tienen mis vecinos para que nos apoyemos porque de esta salimos juntos o no salimos”, concluye.
Para conocer más sobre Amaranto Café y seguir el trabajo de su fundadora María Isabel Eitel Villar sigue la cuenta @amaranto_curarrehue en Instagram y @amarantoelcafedecurarrehue en Facebook. Entra a su página amarantocafe.cl o consulta por whatsapp: +56 9 7378 6508
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He tenido la suerte de probar la cocina del Amaranto. Es exquisita y con sabores diferentes. Vale la pena ir a probar sus maravillosos platos. Ahora que no hemos podido viajar estoy encargando a Santiago.
¡Siempre hay soluciones cuando hay voluntad, convicción y corazón! Gracias por compartir tu experiencia con esta cocina de origen que nos envuelve con tanta naturaleza y sabor local.