La represión ejercida sobre cuestiones relacionadas con la sexualidad, ha hecho que en muchos hogares se haya educado desde la prohibición y el silencio. Hablo de prohibición porque cuando empiezan a surgir en la primera infancia preguntas o inquietudes sobre aspectos de la sexualidad esenciales como: “de dónde vienen los bebés”, “por qué el cuerpo de las niñas y los niños son diferentes”, “qué es el sexo”, “qué es la sexualidad”, etc., saltan todos los mecanismos de alarma de los adultos, especialmente de los padres, con ello una gran incomodidad. Creemos que para ellos pasa completamente desapercibida esta incomodidad, que la controlamos, disimulamos o incluso la disfrazamos con éxito; son pequeños, ¿cómo van a ver más allá de nuestra respuesta verbal?
¡Lo hacen!, ¡Siempre lo hacen! Pueden no saber exactamente qué es esa incomodidad, de dónde viene o por qué surge exactamente en los mayores, pero no solo la perciben sino que también la interpretan para encajarla en su mundo, teniendo en cuenta la madurez emocional que corresponde a su edad. Los más pequeños de la casa, identifican a través de la actitud de los adultos que existe algún misterio escondido detrás de esa pregunta o que no se puede hablar de ello, porque ya han escuchado: “esas cosas son para mayores” o “de esas cosas no se habla”. Sin que nos demos cuenta, ya han asociado cuestiones sobre su cuerpo, origen o sexualidad con el término prohibición.
La cuestión es, ¿por qué instintivamente nos surge el rechazo o prohibición para hablar de ello con las niñas y niños?
Lo cierto, es que ya hemos crecido en esa cuna de desconocimiento sobre la afectividad, sexualidad y cuerpo; con la etiqueta de lo prohibido asociado al autoconocimiento, por eso, cuando los adultos no hemos trabajado estas creencias, la relación que mantenemos con la sexualidad y aprendemos sobre todas estas materias, surge el miedo de no saber cómo hablar de ello, en muchas ocasiones por no hablar con propiedad o confundirlos, incluso por no tener las respuestas a sus preguntas. Por eso muchas familias, pero sobre todo madres, no saben cómo afrontar esta situación.
¿Cómo podemos transformar esta situación en una experiencia positiva para ambos?
Para cambiar primero tenemos que comprender algunos factores que son esenciales, en primer lugar para los adultos. Nos cuesta comprender que nuestra forma de ver el mundo y la sexualidad, deja huella e influye en el modo que las niñas y niños ven la sexualidad. No es necesario que lo hagamos de forma explícita, con la palabra, pues no educamos solamente con la palabra; sobre todo educamos con el ejemplo. Es decir, si yo insisto con mi hija para que se comunique conmigo pero yo soy hermética, ella no lo hará, simplemente porque mi ejemplo es otro. Si mantengo una relación de rechazo con mi cuerpo, mi hija o hijo, lo va a observar, aprenderá con el ejemplo aunque yo le diga que lo haga diferente. Aprenden con lo que ven como modelo en sus hogares. Este es un punto fundamental para que las familias tengan en cuenta, porque aunque insistimos en llevar esta materia al sistema educativo, la educación afectivo-sexual empieza en casa, con la familia. Ahí gestamos la semilla de los valores, actitudes y forma de relacionarse.
La afectividad y sexualidad forman parte de la vida, por eso deberíamos abordar estos temas desde la naturalidad. Cuando lo hacemos desde la honestidad y naturalidad no hay espacio para la prohibición. Eso no quiere decir que las madres u otro miembro de la familia encargado de la educación, tenga todas las respuestas a sus preguntas, pero sí la honestidad de decirle: “no sé la respuesta, vamos a buscarla juntos”, es una forma de involucrarse, de mostrar disponibilidad y proximidad; buscar recursos didácticos para su edad, como libros o explicaciones realistas acorde a la madurez de cada niña o niño. De un modo u otro estamos creando una vinculación que nos lleva a caminar hacia lo conocido. Esta vinculación, también implica confianza, porque mamá o papá no siempre tienen las respuestas, pero sí pueden buscarlas. Con estas respuestas también estamos mostrándoles que sus inquietudes son importantes en su entorno familiar. Por eso en la educación afectivo-sexual, esa reciprocidad es tan necesaria sembrarla durante la infancia, ella forma parte de la base que pretendemos ayudar a crear. Ese es el verdadero papel de la familia, por eso no necesitamos ser expertos en la materia para hablar de ello, sino mostrar que es algo natural y crear ese espacio de comunicación del cual los privamos cuando imponemos la prohibición o el silencio.
Lo cierto es que ignoramos un aspecto esencial. Esas respuestas negativas o evasivas, también son una forma de educar en afectividad y sexualidad que condicionará su primer contacto con la materia en cuestión. Somos seres sexuales, es imposible no educar en afectividad y sexualidad. Aun cuando creemos que lo estamos evitando, estamos educando. Educamos con lo que decimos o callamos; educamos con lo que ignoramos, hacemos, expresamos; creencias, relaciones y actitudes; estamos educando siempre, mientras ellos lo captan todo, lo asumen e integran. Educamos permanentemente (en positivo o en negativo, esta es nuestra elección).
Por eso nuestro papel en su educación es convertirnos en un agente de cambio, primero reaprendiendo, dejando atrás nuestras creencias y viejos paradigmas para crear un espacio de transformación donde desterremos lo prohibido y dejemos espacio a lo conocido y natural, sembrando en ellos una conciencia positiva sobre el rol de la familia en la educación afectivo-sexual.
Yolanda Castillo
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