A los siete años, duende y niña caminaron hacia su primera clase de baile. A los 19, ya fusionados, duende y joven descubrieron la danza del vientre y en pocos años el baile flamenco. A los 36, duende y mujer, arabizan boleros, para rememorar el origen de la herencia cultural latinoamericana.
María Alejandra ama la danza del vientre. Ella es venezolana, estudió en Suiza y vive desde hace más de diez años en Santiago de Chile. Sabe que tiene un don. Algunos lo llamarían talento, inspiración o numen. Ella prefiere decirle “duende”. Federico García Lorca se refirió muchas veces al duende, una figura proveniente de la cultura gitana, que “es un poder y no un obrar, un luchar y no un pensar”.
“La energía duende es un don” dice esta bailarina que ha subido a diferentes escenarios del mundo. “La esencia pura que brota del alma del pueblo gitano. No se puede domar ni controlar. El duende nace por sí solo con cada individuo. Se tiene o no se tiene”. Con esa fuerza fue creando a un personaje maravilloso: a Mariamira Lovich.
El poder de la danza del vientre
“Desde pequeña me resuena la creación de personajes. He estado ligada al teatro, a las emociones y a contar historias. Tengo muchos años con Mariamira. Ha sido un proceso ligado al rescate del lenguaje, que tienen que ver con las culturas oriental y gitana. Con él pretendo rescatar el poder, hacer una magia en conjunto con cada presente, hacer una especie de alquimia y que cada uno sienta su aporte”, explica.
Se refiere a que una vez en el escenario la vivencia no solo proviene del movimiento. Por eso prefiere que sus espectáculos tengan músicos y que estos sean intérpretes también de las emociones y la magia. Incluso que bailen, mientras ella a su vez hace música con instrumentos de percusión.
“En occidente la interconexión de la música y la danza se ha perdido. Pero las culturas orientales y gitanas preservan la música y la danza en conjunto, para que no sean artes disociadas”. Para Mariamira es importante integrar a otras personas en sus presentaciones y crear diálogos y ambientes. “Trato de que las personas estén en ese presente en cuerpo y alma, no solo como espectadores”.
Proyectos: conexión músico dancística
Aunque muchas veces es invitada a bailar en solitario, Mariamira está comprometida con cuatro bandas que integran la interpretación dual, danza-música, que tanto defiende. La Banda Insultanes, Banjoré Orkesta, Badawi y más recientemente, Surreal, con la cual visitó Villarrica en el verano pasado.
Insultanes es el proyecto en el que lleva más tiempo, allí es la bailarina percusionista. “Le doy una entrega teatral a la banda. Hago coreografías y hay momentos en que lo dejo a la improvisación”. En Insultane participan ocho músicos, tres técnicos y un iluminador. “Es un proceso de descubrir la cultura gitana desde adentro. Ellos son más jóvenes, a algunos les llevo diez años. Formamos una tribu donde cada persona es importante, y ahora resulta esencial que estemos todos”, comenta. La música está mundodisco.
En orden cronológico, la segunda banda en la que Mariamira actúa es Banjoré Orkesta. Con su formato acústico, trabaja un estudio de la cultura gitana balcánica, del este de Europa. “Esta banda tiene un estilo más folklórico, no hay creaciones propias ni composiciones originales. Pero en la danza sí hay mucha improvisación, porque los gitanos no hacen coreografías. A veces estoy bailando, a veces tocando y bailando. Y a veces abriendo camino entre la gente para hacerlos bailar. Para que rompan el prejuicio del cuerpo y empiecen a ver esas explosiones tan características de la cultura gitana”.
Desde junio del año pasado trabaja en Badawi, un proyecto más personal con el que sueña desde 2008, en el que une un tiempo cultural antiquísimo (el árabe) con otro cercano y reciente (el Latin Jazz). “Durante la primera fase integramos y entendimos el lenguaje oriental árabe, primero cada uno de nosotros como músicos y luego como ensamble. Estamos entrando en la fase dos que es arabizar boleros y repertorio latinoamericano. Algo que es tan propio de acá que al mismo tiempo fue influenciada por lo árabe. Y tal vez, en una tercera fase, haremos temas propios”, resume.
El mestizaje, la pasión, la libertad
“Todos tenemos nuestra sangre árabe desde la colonia. Andalucía fue conquistada y dominada por los moros durante ocho siglos. No solo venimos de lo indígena. Como cultura Latinoamérica tenemos mucho de la árabe, de esa pasión que uno escucha en los boleros, de desgarro y pena, llenas de una emoción profunda”.
Mariamira rescata la cultura y al tiempo hace propuestas. «No solamente soy una conservadora de lo puramente gitano o lo oriental. Sino que trato de orientar esa energía en mi cuerpo, en mi presente, intento ser yo con mis emociones, mis sentimientos y mi camino. Con mucho respeto para que no sea una apropiación cultural”, dice.
Aunque su formación como bailarina fue integral, con diferentes disciplinas y estilos, a partir de 2003 su rumbo se definió. “Tomé clases de danza del vientre con Samara Khamal, una profesora venezolana, y desde ahí he mutado. Por muchos años practiqué el estilo tribal, que es una visión muy gringa, una apropiación cultural como recién hoy en día se reconoce. Me gustó porque a diferencia de la danza del vientre era un estilo más oscuro y más a tierra, más lento, con movimientos mucho más musculares. La danza del vientre es más aire, más dinámica, hay más desplazamientos y es más rápida. En 2004 llegué al estilo tribal fusión y me di la vuelta hasta llegar a las danzas raíz o danzas madre”, cuenta.
Durante ese camino conoció el folklore egipcio con Sarina Elia, una profesora ítalo-suiza. En 2007 la empezaron a llamar los estilos gitanos. “Encontré el flamenco y me enamoré de él, creo que junto con la danza del vientre es lo que más me ha calado hondo”. En 2010 se mudó a Chile y conoció la danza Odissi, perteneciente al grupo de danzas sagradas de templo en India, gracias a la profesora chilena Raga Kaur.
Han pasado tres décadas de aprendizaje junto a su duende, a quien finalmente asumió como propio y esencial en su estilo de vida tan gitano. Porque nunca está quieta, viaja con frecuencia y ama los momentos de cambios. “Me doy cuenta de que cuando estamos de gira se abre una puerta de abundancia infinita en todo sentido. Se empieza a mover mucha energía de forma hermosa. Hay retroalimentación con lo artístico y lo humano. La vida nos está llamando a que sigamos girando mucho, sigo ese llamado para llegar al alma, a lo esencial”.
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