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El trauma racial puede transmitirse de generación en generación

Un mundo libre de racismo, cortesía ONU

A través de una familia japonesa que sufrió el apartamiento en los Estados Unidos, se miran cómo los efectos en cadena del racismo pueden durar generaciones. Así lo plantea Sheila Wise Rowe, en su artículo Healing Racial Trauma publicado en la revista InterVarsity Press.

Resumen:

Los historiadores aseguran que desde los primeros días del genocidio a las naciones indígenas de los Estados Unidos, la esclavitud de los africanos y el internamiento de los japoneses, se ha realizado un esfuerzo concertado para mantener separados a los pueblos indígenas, negros y chinos y desarrollar una especie de sistema de castas que oculte ls puntos en común

A raíz del ataque de Japón a Pearl Harbor, comenzaron a aparecer letreros en los restaurantes y escaparates: «¡Aquí no se sirve a los japoneses!». Dos meses después, el presidente Franklin D. Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 9066, que resultó en la reubicación de ciudadanos estadounidenses de ascendencia japonesa en campos de internamiento. Se prestó poca atención al impacto que el internamiento tendría en las personas, familias y comunidades japonesas estadounidenses.

Trauma racial vivido por una familia japonesa

Los abuelos de Nori y sus tres hijos tuvieron menos de dos semanas antes de que fueran obligados a abandonar su casa de Los Ángeles. Sus abuelos eran dueños de un complejo de apartamentos, y con tan poca antelación no tuvieron más remedio que vender la propiedad a un precio reducido a compradores caucásicos sin escrúpulos. La mayoría de las familias japonesas quedaron en estado de shock cuando abandonaron sus hogares con solo la ropa que llevaban puesta o todo lo que podían cargar. Los niños estaban traumatizados por la insoportable pérdida de sus amigos y compañeros de clase. No habría hogar esperándolos si alguna vez regresaran.

Wiesel dice: “Siempre debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al atormentador, nunca al atormentado.»

El padre de Nori nunca habló de cómo se enfrentó a la muerte de su padre. Sin embargo, su familia vio cómo se fue complicando su emocionalidad. Aunque sentía una profunda conexión con la comunidad japonés-estadounidense, la dura experiencia del internamiento le hizo difícil confiar en la gente.

El padre de Nori no pudo compartir la magnitud del abuso que sufrió. Solo se sentaba mientras otros hablaban sobre sus experiencias en los campamentos. Nobu Miyoshi escribe: «Uno de los problemas más inquietantemente apremiantes que enfrentan los estadounidenses de origen japonés hoy en día es su experiencia en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial».

Sin embargo, los principales grupos de sobrevivientes, los Nisei, generalmente no confrontan las implicaciones de esto dentro de ellos, mismos o con sus propios hijos. Ellos permanecen confundidos o incluso heridos por la experiencia traumática «.

Unos años después de que la mamá de Nori emigrara a los Estados Unidos, conoció y se casó con su papá, quien trajo su silencio al matrimonio. A los pocos años nació Nori, seguido de su hermana, Katsu. Cuando Nori tenía siete años, se dio cuenta de que su padre estaba “sufriendo una hemorragia” no solo emocionalmente sino también físicamente. Los gritos silenciosos de su padre dejaron marcas en su cuerpo.

Van der Kolk señala: “Mientras guardes secretos y reprimas información, estás fundamentalmente en guerra contigo mismo. La cuestión fundamental es permitirse saber lo que sabe. Eso requiere una enorme cantidad de coraje «. El padre de Nori padecía una urticaria insoportable que le cubría toda la espalda.

Como muchos sobrevivientes de trauma racial, su forma de manejar su dolor y miedo fue tratar de medicarlo o adormecerlo. El padre de Nori decidió consumir cada vez más alcohol. Con el tiempo, su consumo de alcohol aumentó al igual que las peleas, los gritos y los casos de violencia doméstica.

Katsu le tenía miedo a su padre; ella y su mamá trancaban la puerta de su cuatro por la noche para evitar que él entrara borracho a sus habitaciones. Después de una discusión cuando el padre de Nori puso sus manos alrededor del cuello de su madre, Katsu mantuvo un cuchillo de cocina escondido en su cómoda junto a la cama para protegerse.

La religión y la historia de cuestionamientos

Cuando Nori se volvió cristiana durante su tercer año de secundaria, su padre planteó preguntas sobre Dios y el internamiento. Preguntó: «Nori, ¿dónde estaba Cristo cuando nos encarcelaron?» «¿Por qué los cristianos blancos aplaudían eso?» Nori no tuvo respuesta. Simplemente se preguntó: ¿Cómo habría sido papá si el internamiento nunca hubiera sucedido o si hubiera podido expresar su dolor?.

Durante gran parte de su vida, Nori cargó con el peso de la disfunción familiar. Temía que en cualquier momento su padre volviera a abusar verbal o físicamente de su madre o de Katsu. Se sentía demasiado responsable; no solo por ellos sino también de otras formas. Había una expectativa tácita de que él sería una minoría modelo y traería honor a su familia.

El trauma racial experimentado por los sobrevivientes del internamiento puede afectar directa o indirectamente a sus hijos. Donna K. Nagata escribe:

A pesar del silencio, o quizás debido a él, el Sansei que tenía un padre internado sintió los efectos de esa experiencia de muchas maneras. Están tristes y enojados por la injusticia y atribuyen algunas consecuencias negativas en sus propias vidas al internamiento de sus padres.

Estos incluyen sentimientos de baja autoestima, la presión por asimilar, una pérdida acelerada de la cultura y el idioma japoneses y experimentar el dolor no expresado de sus padres.

Al igual que su padre, Nori tuvo dificultades para saber cómo se sentía acerca de las cosas porque pasaba mucho tiempo divagando sobre las emociones y el comportamiento de su padre. Sin embargo, también temía llegar a ser como su padre, cuyo trato hacia las mujeres era confuso y perturbador. Nori también se vio afectado de otras formas.

Tiene aversión a sentirse emocionado y recuerda las palabras de su madre: «No seas como tu padre». La necesidad de control a veces significaba que Nori se encontraba emulando a su padre cerrándose emocionalmente o siendo silenciosamente manipulador para conseguir lo que quería.

Mientras tanto, Katsu dependía en gran medida de su madre, quien la protegía pero también la criticaba constantemente por imperfecciones percibidas como caminar despacio o soñar despierta. Katsu se convirtió en una trabajadora a su manera, pero su relación con su madre se volvió tensa; en parte debido a la forma en que su relación había sido tan influenciada por la ira, la ausencia emocional, el alcoholismo de su padre y el trauma racial.

Tanto Katsu como Nori ahora se dan cuenta de adultos que hacen un gran trabajo cepillándose los dientes porque era lo único por lo que su madre elogiaba a su padre. Ese sufrimiento que se encuentra producto de una situación como la vivida por Katsu y Nori, los marca como familia y la desconfianza se sigue transmitiendo incluso de manera inconsciente de generación en generación. Quizás ya no culpan directamente a las instituciones, pero si justifican muchos de sus problemas por lo que sufrieron y esto se lo transmiten a sus hijos. Si no ocurre nada, que los haga volver a sentir confianza, permanecerán anclado en un sentimiento de inferioridad.

Para enviar información: redaccion@mujerdelsur.com

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