La abogada y socióloga Gladys Acosta es presidenta de la CEDAW (siglas en inglés de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer). Desde que inició su cargo en febrero de 2021 denuncia la violencia de género. En esta entrevista apunta a que se ha exacerbado en tres formas: con feminicidios, violencia doméstica y a través de los medios virtuales.
(Texto y fotos: Mariela Jara – IPS). Gladys Acosta, abogada y socióloga peruana, feminista, preside el Comité de 23 expertos independientes, con mandatos de cuatro años y encargados de supervisar la aplicación de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW). En esta entrevista habla sobre la importancia de analizar la violencia de género como parte de las discriminaciones sistémicas contra las mujeres.
¿Considera que la pandemia de Covid-19 marca un antes y un después en relación a las discriminaciones a las mujeres, un paso atrás en conquistas?
Creo que eso va a ser para todo, no solo para las mujeres, la discriminación o los derechos humanos, me atrevo a pensar que va a ser juzgado como el quiebre de una época. Venimos de una época donde se ha producido la mayor cantidad de concentración de riqueza en la historia del mundo, con una población en pobreza in crescendo, que está llegando a puntos insostenibles.
Es muy importante que se desarrolle esta consciencia, porque nos han vendido la idea de que tener dinero o comprar bienes es como el non plus ultra de todo. Estamos en un posneoliberalismo y nadie sabe a ciencia cierta cuán lejos se ha llegado, pero estamos en un punto de quiebre porque esta economía basada en la explotación de territorios, de personas, del conocimiento, es una apropiación ilícita constante de todo y hoy con la pandemia se ha puesto a la luz que los seres humanos necesitan cuidado.
Gladys Acosta recuerda que hace ya bastantes años la economía feminista planteó que el sistema económico no puede vivir sin el trabajo de las mujeres, sobre todo el trabajo no pagado. Y convoca a analizar la actual situación con ojos más frescos y relacionando mejor para, por ejemplo, ‘dejar de mirar el creciente problema de la violencia contra las mujeres como algo dislocado, como una rueda suelta’.
Cuando en el Comité hemos tomado posición por el 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer), hemos visto que se han exacerbado tres formas de violencia: los feminicidios, la violencia doméstica y una violencia que se expresa a través de los medios virtuales que ha cobrado una vitalidad enorme.
Entonces sí, hay unas cosas nuevas, pero queda clarísimo que no hemos resuelto las formas de discriminación básicas que están en la base de la sociedad, que es una violencia de tipo social, es política, es económica, es racial, es cultural, y en los sitios donde hay castas, de castas. Hay una base discriminatoria que está en su apogeo y creo que es un momento grave de relaciones de poder muy desiguales y muy injustas que veo con mucha preocupación.
En este momento que describe, hay resistencia de grupos de población, jóvenes, feminista, indígenas, pero es difícil articular una respuesta como se ve en Perú y otros países latinoamericanos. ¿Es este un gran desafío?
Vivimos una época altamente conflictiva, no es que estemos siendo arrasados por una derecha sin resistencia. No. Estamos en una época abiertamente conflictiva entre sectores políticos, sectores económicos, sectores sociales y hay una resistencia muy interesante. Y estoy pensando planetariamente, más globalmente desde el Comité, no solo desde lo que pasa en Perú. Las crisis ambientales están gravísimas y la Covid tiene que ver con eso.
No es una epidemia que se puede desconectar de lo que ha sido la agresividad humana contra la naturaleza. Las crisis ambientales se han acelerado en el siglo XX por el modelo de industrialización, de producción y de desarrollo económico. Ahora están tratando de poner la reversa (marcha de retroceso), pero los acuerdos mundiales no son fáciles y no dan rápido los frutos que se quisiera porque hay unos intereses económicos atrás, enormes. ¡Que están dispuestos a matar al planeta! Dicen: ‘Total qué importa, dentro de treinta años nosotros no vamos a estar acá’. Así, de un pragmatismo atroz. Y dentro de esos conflictos ambientales a las mujeres nos toca la peor parte.
En segundo lugar está la conflictividad social que se produce dentro y fuera de estas circunstancias. Y hay un ambiente de conflictividad, yo digo violenta, armada, en diferentes partes del mundo y tiene que ver con esta locura de producción de armas, porque este es un modelo bélico-económico que produce y vende armas a diestra y siniestra.
Y los grandes países, incluso aquellos que parecen muy demócratas y progresistas –y lo digo porque lo veo en el Comité- son grandes productores de armas y las venden a países que justamente tienen conflictos y eso repercute en la vida de las mujeres.
Las ecofeministas alertan del riesgo de la sostenibilidad de la vida, los pueblos indígenas advierten de la amenaza a la naturaleza mientras se tenga Estados débiles o cómplices. ¿Desde el Comité cómo aportan en esta reflexión?
En primer lugar, todavía existen los Estados. Si bien el poder económico de las transnacionales es enorme, ese es el ámbito donde nosotros nos movemos, discutimos con los Estados parte que en esta Convención son 189 en una dinámica interesante de presión para respetar los estándares internacionales de los derechos humanos, dentro de los cuales son muy importantes los estándares internacionales de protección de los derechos de las mujeres.
Los derechos de las mujeres tienen una conexión enorme con lo de la sostenibilidad de la vida, pero no desde una mirada esencialista. Trajiste a colación lo de los pueblos indígenas y me parece que en muchos sentidos nosotros estamos discutiendo una recomendación general sobre los derechos de las mujeres y las niñas indígenas. Hay una sabiduría ancestral indígena y sobre todo la de las mujeres, que deben ser protegidos en un sentido más efectivo.
Hay un conocimiento enorme sobre la naturaleza, la alimentación, la semilla y la reproducción de las semillas; un conocimiento sobre cómo está sufriendo la naturaleza, le conocen los síntomas a este sufrimiento y cómo podríamos hacer de otra forma. Es un saber que ha sido transmitido ancestralmente y que por suerte todavía existe y hay que protegerlo.
En otra entrevista con IPS, en 2009, cuando era representante regional de la organización predecesora de ONU Mujeres, dijo que las políticas no debían ver a las mujeres como sector vulnerable, ¿cree que ha habido avances en esa visión calificada de paternalista?
Diría que hay las dos cosas. Me parece que la calidad de la movilización de hoy en el mundo a favor de los derechos de las mujeres es muchísimo más potente, amplia y más política. Creo que en los Estados uno encuentra de todo, políticas de igualdad que han sido muy positivas y que han abierto camino para que las mujeres tengan más respetados sus derechos y accedan a la educación, la universidad, al trabajo.
Inclusive diría que el tema de la paridad ha avanzado pese a que también está apareciendo algo que a mí me preocupa, que es como un aprovechamiento de sectores muy retrógrados que se montan sobre el asunto y lo quieren hacer suyo cuando en realidad lo único que buscan es más poder para sí mismos. Las mujeres terminan siendo nada más que unos elementos decorativos dentro de su postura política.
No soy por eso pesimista del futuro. Soy muy crítica y pesimista de lo que existe hoy, pero no pienso que esto siga igual. Por eso digo que estamos llegando al límite de una era que da sus alaridos de muerte porque el nivel de injusticia en el mundo no se puede quedar así.
Esto va a explotar y ojalá que sea lo menos dañino para las personas. Pero sé que la conflictividad no se queda como está ahora.
Fuente: Inter Press Service (IPS)