A Adriana Guerrero la conocí hace años, cuándo tratábamos de aportar algo a la sociedad venezolana en franco y aumento deterioro debido al gobierno del fallecido Hugo Chávez. Queríamos mostrar a los jóvenes que las instituciones son la base de una sociedad y que nosotras éramos producto de esa sociedad que, aunque imperfecta, tenía sólidas bases democráticas.
En esa sociedad imperfecta y tercermundista pudimos estudiar, tener trabajos estables, comprar casa y seguir formándonos. Yo como periodista, ella como economista y artista.
Así es ella, Adriana Guerrero, economista, artista, pero, sobre todo, amiga. En 2017, Venezuela se enfrentó a la etapa más dura de la crisis que lleva más de dos décadas causando estragos. Como ella misma dice “vivíamos para perseguir la comida”.
Aún es así, pero ella ya no está aquí y aunque WhatsApp nos acerca, nunca será igual que tomarnos ese café juntas. Pido perdón por la nostalgia, pero este trabajo no intenta encasillarse en un “género periodístico”.
Esta es una entrevista de ella y mía porque no puedo ser ajena a la conversación con una pana que está lejos.
¿Cómo llegó Adriana Guerrero a ser artistas y a dejar la economía?
Con esa pregunta inicio la conversación. Me cuenta: “mi último trabajo fue para una ONG y para una Universidad”.
En ambas organizaciones se desempeñaba como investigadora. Sin embargo, ambos trabajos dejaron de ser una opción. Debido a un decreto del fallecido Chávez, el gobierno echó manos a estas organizaciones.
Muchas, entre ellas la que empleaba a Adriana, tuvieron que cambiar su razón social y no se compaginaba con ella y en la Universidad hizo su aparición la inefable y detestable lista Tascón.
De la noche a la maña se quedó sin trabajo y (como ella misma dice) tuvo que “echar mano de su pasatiempo para sobrevivir”.
La hecatombe aún no había arreciado la economía venezolana y logró tener su taller de pintura sobre porcelana y una línea de ropa de niña.
Así es, Adriana Guerrero pinta sobre porcelana. También sobre cerámica, acrílico y todo sustrato que atraiga al arte en objetos cotidianos, utilitarios.
También cose y borda. Actualmente experimenta con bolsos bordados y pintados en su afán por poner el arte en las cosas más usuales del día a día.
¿Por qué no pinta cuadros?
Cuando dicen que alguien es pintor (a) siempre se viene a la mente cuadros. No es que Adriana no los haga. Eventualmente los crea.
Pero, ella tiene una misión que cree su norte: hacer del arte algo menos elitesco, más cercano a la gente y, sobre todo, a la gente común que no va a galerías o museos.
De Valencia (Venezuela) a Lima
En 2017 Adriana toma la decisión que otros 7 millones de venezolanos tomaron también: irse a buscar nuevos horizontes fuera de Venezuela.
Su esposo es peruano y por facilidad de visa y “papeles” decidieron irse a Lima. Allí, la clase media y media alta que son sus clientes comenzaba a florecer.
En Venezuela la clase media se enfrentaba (y aún hoy lo hace) a las duras condiciones de sobrevivir en lugar de vivir.
Para ella no ha sido fácil ser artista en Lima, pero ha logrado algo que considera que no podría haber hecho en su tierra: tener y vivir de su emprendimiento.
Sus clientes son, en un 98%, peruanos. Pinta vajillas para uso familiar en virtud de que “Perú cuenta con una de las gastronomías que más gustan en el mundo y la gente tiene la costumbre de reunirse para comer”.
En ese contexto tiene dos clientes importantes que son empresas. Un salón de té y un restaurante italiano.
Sin embargo, el resto son familias que quieren una vajilla original pintada a mano. Pero, su inquietud no se queda ahí. Ahora busca crear lazos con una fundación para dar clases de pintura a niñas marginadas de la sociedad limeña.
La intención es mostrar que el arte puede estar presente en cada acción de la vida.
Se siente agradecida con Perú por darle esa oportunidad. De hecho, en el marco del Lima Fashion Week tuvo una participación en el Design Point, donde fue la única artista no peruana en presentar su maravilloso espejo.
¿Cuál debe ser el papel del Estado en el arte?
Antes de contestar hay unos pocos segundos de silencio. Adriana no sabe si el Estado deba involucrarse en el arte.
Después de la experiencia venezolana en la cual el Estado se mezcló con el gobierno y las instituciones en una amalgama amorfa y dañina, cree que hay gente que le saca provecho malsano al “arte”.
Más bien se decanta por la gente y la sociedad que deben apoyar a los artistas en su (a veces) muy ardua labor. Esta es una pequeña parte de lo que es esta artista venezolana. Pero, a ella le falta mucho camino por recorrer.
¿Qué significa sentarse a pintar?
Recuerda que la pasión por la pintura sobre vajillas la tuvo desde niña, cuando su tía le regaló un juego de té de juguete.
Veía las figuras y los colores y se preguntaba como llegaban ahí. En esa búsqueda consiguió, en 1996, una profesora de pintura sobre porcelana.
Teniendo la base de la técnica, la imaginación y las vivencias hicieron el resto. Tiene casi 15 años que no ha parado ni un solo día de pintar, aunque lo intenta por disciplina.
Lleva con ella los paisajes de Venezuela, las montañas de Maracay, los campos de siembra de su amada Barinas y la naturaleza de donde vaya. Siente paz y se aísla del mundo en una actividad que la relaja.
No ha sido fácil para ella comenzar nuevamente en otro país. Siente lo que todo inmigrante siente: “los de adentro sufren por la situación de Venezuela. Los de afuera sufrimos por los de adentro, por no tener a los amigos y la familia, por empezar de cero”.
Pero, esto no la amilana. ¿Sus planes futuros? Seguir pintando, vivir de eso y enseñar a los niños con menores posibilidades que el arte puede ser un camino.