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Mi hijo no come: Qué hacer ante un niño inapetente

La pediatra Yamila Mudarra, especialista en Nutrición, Crecimiento y Desarrollo aborda el “No” más común durante la infancia. El que dicen los niños en la mesa. Esta columna fue pensada para calmar el agobio de tantos padres y guiarlos para evitar trastornos nutricionales futuros.

En los últimos 10 años he observado un tema de angustia creciente en los padres. Y está relacionado con una intriga del «Por qué mi hijo no come». Muchos pediatras se van a sentir identificados con el siguiente escenario.

Estando en cualquier sitio público (una fiesta, un parque, una playa, la fila para pagar servicios, cualquiera) cuando sale la noticia de que soy pediatra, alguien se acerca y dice: “No quisiera molestar, pero tengo algo que quisiera consultarte: Mi hijo no come y no sé qué hacer” (palabras más, palabras menos).

Provoca dar muchas respuestas no médicas más acordes con el lugar donde estamos. Sin embargo, al hacerse cada vez más frecuente esta situación y al ver la verdadera angustia que ello genera en los padres, he estructurado algunas respuestas. Pero antes…

Revisemos la etiqueta a algunos estigmas:

1) El amor no entra por el estómago.

El cariño que se siente hacia los hijos NO se expresa en la cantidad de comida que les ofrecemos. Y, a su vez, el amor que ellos le tienen a sus padres no está relacionado con el hecho de comer o no la comida que se les prepara.

2) La flacura no refleja la desnutrición.

Ni la gordura es reflejo de salud (tampoco refleja enfermedad a menos que alcance un punto de obesidad). Estoy convencida de que en nuestra sociedad tenemos al «obeso pegado en el ojo». Es decir, si no ven al niño gordo no lo ven sano.

La gran mayoría de los padres (por no decir todos) que acuden a consulta por «ver a sus hijos desnutridos o demasiado delgados«, en realidad, tienen niños con peso en rango normal para su edad, sexo y tamaño.

Además, el peso está asociado a la herencia, si ambos padres son delgados es obvio que el niño también lo será. Es importante recordar que el niño desnutrido no crece. Así que si su hijo (flaco y todo) ha crecido lo normal para su edad, entonces no está desnutrido. Solo es flaco.

3) El hambre es una respuesta condicionada.

El apetito del niño está determinado por varios factores, mencionaré tres:

a) La velocidad de crecimiento. A medida que crece va disminuyendo su velocidad de crecimiento y por lo tanto su apetito. Así, un preescolar va a tener hambre con menos frecuencia que un lactante. Y un escolar menos que un preescolar

b) La actividad física: Mientras más activo, más hambre le va a dar. Esos días que van a la escuela, hacen deporte o salen a jugar van a tener más apetito.

c) El clima: Para nadie es un secreto que el frío da hambre y el calor da sed. Sin embargo, en verano se hace más actividad física.

4) Alimentar requiere educar.

En niños mayores (por encima de los 8 años, incluso diría que 6 años) y en adolescentes, las responsabilidades son individuales.

Los padres proveen y preparan las comidas y los niños las comen. Si no lo hacen, el hambre posterior que sentirán será su responsabilidad. No se le debe dar «algo que le guste, porque no comió«.

Pensando un poco: Si soy un niño con inteligencia normal (no es necesario ser un genio), me encantan las galletas (o el yogurt o la leche achocolatada) y noto que cuando no almuerzo me dan eso que tanto me gusta ¿Voy a comer?… Obvio que no.

Así que se establecen los horarios de comida. Si no come en alguna de ellas y manifiesta hambre se le debe explicar (amorosamente) que va a tener que esperar hasta la próxima comida.

Ya está en edad de poder prever que eso puede pasar. Y no, no son «malos padres» por hacerlo, simplemente lo están educando. No solo a comer bien, sino además a algo súper importante: somos responsables de las consecuencias en aquello que hacemos o en estos casos: de lo que omitimos.

“Mi hijo no come nada”

Ahora sí, ante el niño que no come yo siempre pregunto: ¿A qué te refieres con que no come? Allí se dan varias respuestas.

Si es un niño que comía normal, estaba bien y de forma aguda deja de comer, no quiere ingerir nada (de verdad nada, si acaso líquidos), esto va a estar acompañado de malestar general e inactividad. De ser este el caso se debe acudir a un médico pediatra para que lo evalúe. Porque esa inapetencia es debida a alguna enfermedad. 

Si el niño está activo, jugando y rozagante -es lo que frecuentemente me encuentro cuando me dicen «Mi hijo no come nada»- en este caso dudo que de verdad no ingiera nada de alimentos. Algo debe estar comiendo o no tendría esa energía. La tarea es revisar su rutina alimentaria con precisión.

En preescolares (entre 2 y 4 años) lo que comúnmente sucede, es que todavía los alimentan con teteros (biberones, mamaderas) que en la mayoría de los países de Latinoamérica son 8 onzas (240 ml, casi 1/4 de litro) de una bebida láctea (por lo general leche entera de vaca) endulzado con azúcar y que se suele espesar con algún almidón tipo maicena o harina de arroz.

Por lo general es la primera comida de la mañana. Y después de esa bomba espesa y calórica pretenden que el niño desayune.

En estos casos le pido a los padres que el día siguiente se tomen ellos un tetero igual al que le dan al hijo, y luego evalúen a qué hora vuelven a sentir hambre (seguramente pasada la hora de almuerzo). Entenderán de manera práctica y dejarán de preguntarse por qué «Mi hijo no come».

Entonces la angustia por la inapetencia se refieren a no comer comida diferente al preparado de leche. Incluso ante esta angustia algunos padres optan por dar varias veces al día este preparado.

¿Qué se puede hacer en estos casos? Es fácil: no dar tetero. Sustituirlo por 1 vaso de leche (en vaso, no en biberón) de leche entera en la mañana o si el horario y las actividades familiares lo permiten, iniciar con el desayuno directamente.

Comer es un ritual que se enseña

Tanto es preescolares como escolares más pequeños, es frecuente que la apreciación de » no come nada» se debe a que no se sienta a la mesa familiar a comer. Y, en su lugar, anda comiendo mientras juega o corre y los padres los persiguen con el cubierto para que termine todo.

En este caso, lo primero es establecer rutinas, la hora de la comida se debe realizar sin distractores, es decir: sin televisores prendidos, ni discusiones ni otras actividades.

El niño desde temprana edad se debe sentar a la mesa familiar (haciendo uso de las sillas adecuadas). Si es más grande y alega el típico: “No tengo hambre, no voy a comer”, se le explica (en forma amorosa) lo siguiente: «Yo respeto tu apetito, si no quieres comer no lo hagas. Pero, este es un momento para compartir en familia. Así que de igual forma te quedas en la mesa. No tienes que comer, pero si compartir con nosotros». Se le deja el plato al frente y continúan con el almuerzo sin fijar la atención en si come o no. Les aseguro que en pocos días ya se sentará a comer.

Otra causa frecuente es que el niño tiene acceso libre durante el día a frutas, yogurt, pan, galletas; los cuales pica en pequeñas cantidades. Al llegar la «hora de la comida» no quiere comer nada porque está lleno. En este caso quitemos todos esos alimentos del alcance del niño, para que pueda sentir hambre y sentarse a comer.

La otra frase: «Sí come, pero poco»

Acá entra la pregunta: ¿Quién establece qué es poco o mucho? Si ya sabemos que el apetito varía durante el día, según la actividad física, el clima e incluso el estado de ánimo y en los niños la velocidad con la que están creciendo (a menor edad, mayor velocidad, hasta que llegan a la pubertad y se preparan para el estirón). También debemos recordar que el tamaño del estómago está relacionado al tamaño del cuerpo.

Por lo que un niño de 2 años va a tener un estomago más pequeño (y por lo tanto se llena más rápido) que un niño de 4 años. Pero va a tener hambre más seguido.

Entonces la cantidad “correcta” no es algo rígido, ni que se pueda establecer igual para todos los momentos del día. Va a variar. Si durante algunos días “come menos” que lo habitual no se angustie. Luego aumentará su ingesta.

Para resolver quién establece cuánto es poco, mucho o adecuado, uno puede contar las calorías, un método que está bien estudiado.

Por ejemplo, entre 1 y 3 años se han establecido 16 calorías por cada centímetro de talla, pero si recordamos que la cantidad de calorías necesarias varía con la constitución y tamaño de cada uno y el nivel de actividad, la tarea se vuelve difícil.

Podemos contar raciones de cada uno de los grupos de alimentos, que también están establecidas y existen tablas según grupos de edades.

Una ración de leche en menores de 6 años es ½ taza y se necesita de 3 a 4 raciones, para que en un día con taza y media (10 onzas o 300 ml en total) se cubran los requerimientos. Es decir, mucho menos de lo que muchos padres insisten en dar a sus hijos.

Valores agregados en el acto de comer

En sí, la respuesta a «¿Quién establece cuánto es “poco o adecuado?» es el centro del apetito de cada niño. Que debe ser respetado, porque si obligamos al niño a comer más allá de lo que le indica su sensación de saciedad, simplemente ese centro será “ bloqueado”. Lo que conlleva a que coma sin saber hasta cuándo, con el consecuente aumento de peso y obesidad.

Nuestro discurso siempre debe ser: “Yo respeto tu apetito, si no quieres comer más, perfecto, no te voy a obligar”. Pero, no se le ofrece otro tipo de comida en sustitución. Solo serviría para calmar la angustia del cuidador y hará que se repita el bucle de ser “recompensado” con algún dulce o comida de su preferencia.

Es muy importante mantener las rutinas relacionadas con la alimentación (creo que este tema de las rutinas debería ser desarrollado un poco más en otra entrega).

Y es fundamental acabar con la terrible costumbre de decir frases que crean dependencia emocional ante la comida como: “Termínate el plato o no te levantas”, “Come una cucharada más por mami y otra por papi”, “La comida no se bota” y otros discursos que asocian la comida con el amor y la aprobación. Y que finalmente originan trastornos nutricionales como la obesidad.

En resumen:

Todo niño que de forma aguda tiene una falta real del apetito (no come nada, realmente, comprobándolo al anotar en un día todo lo que ingiere) debe ser evaluado por un médico pediatra porque en ese caso la inapetencia es un síntoma de algo más. Perdonen que insista pero que no coma DE VERDAD. Recuerden que jugos de frutas, refrescos, bebidas energéticas y leche quitan el apetito. Si no come comida solida pero sí cualquiera de estas bebidas esto NO es una inapetencia verdadera. Solo estamos ante malos hábitos.

El único que puede establecer si come poco o no es el centro del apetito de cada niño y debe ser respetado. A aquel niño que come y manifiesta estar lleno -así a mí me parezca que fue poco- no lo obligaremos ni manipularemos para que coma más.

La rutina y horarios de alimentación deben ser establecidos y cumplidos. No dejar al alcance del niño frutas, galletas, yogur, por muy saludable que nos parezca, para su libre ingesta.

En niños mayores de 2 años no dar teteros (biberones, mamaderas, como sea que lo llamen en su país). La leche se da en vasos, generalmente acompañando de otros alimentos como parte de alguna de las comidas principales (desayuno, almuerzo o cena). O se cuenta como una merienda.

Si revisamos las raciones por edad vamos a descubrir que no necesitan comer tanto como se piensa. Me despido por ahora, esperando haber ayudado a responder y guiar a quienes se preguntan «por qué mi hijo no come», sé que eso genera muchas angustias y dudas. Espero sus preguntas y comentarios, y les agradezco las sugerencias que he recibido hasta ahora. Gracias por leerme.

La Doctora Yamila Mudarra es médico pediatra, especialista en Nutrición Infantil, Crecimiento y Desarrollo del Niño. Para interactuar con ella, los lectores pueden usar el apartado de comentarios que está en la parte inferior de la página

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